Young, wild girls.

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miércoles, 28 de agosto de 2013

Dulce mayoría de edad.

Hoy pongo punto y final a esta primera etapa de mi vida, me duele tener que despedirme porque jamás nos volveremos a cruzar. Cuantas veces quise que llegara este día, cuantas noches soñé con hacerme mayor; sin embargo ahora no me veo con las suficientes ganas. Tras de mí dejo mi añorada infancia, mi vergonzosa pubertad y estos dos últimos años en los cuales he orientado mi vida de una manera a veces eficaz, a veces torpemente. Ante mí se muestra un nuevo camino, un nuevo capítulo que tengo la tarea de escribir a mi manera. Desde mis primeros latidos he sentido el abrigo de los míos y sé que les debo la vida y que me han enseñado a vivir prácticamente, pero hay una cosa que he aprendido y que les agradezco por encima de cualquier cosa: ellos me han sabido querer y gracias a ellos yo he aprendido a querer de verdad. Eso, eso solo lo saben hacer los mejores y te das verdaderamente cuenta cuando sientes que los sentimientos pueden romper barreras y que lo más bonito que me ha podido pasar en la vida ha sido estar rodeada de los míos, ha sido poder llamarlos “familia”. Sin todo esto no sería quien soy, eso está claro. Me enseñaron a andar firme, pisando fuerte y segura de mí misma. Quizás por eso también debo acusarles un poco de mi carácter frío e independiente. Sin embargo me criaron con dulzura y paciencia y ahí está la verdadera esencia que escondo tan profundamente, mi sencillez, mi transparencia, mi inseguridad y mi “yo sensible”. Normalmente soy una mezcla de esta receta tan heterogénea que con tanto cuidado se ha ido moldeando. Aunque hay veces que el equilibrio se desplaza hacia uno de los lados de la balanza y es entonces cuando me dejó llevar por los extremos. Pido perdón a todo aquel que me haya visto enfadada, triste, llorando. Y doy las gracias al que aun sabiendo cómo estaba se ha dignado a preguntar y reconfortarme siempre con la verdad por delante. Así poco a poco he ido construyéndome, con mis manías, con mis defectos, con mis escasas pero preciadas virtudes. Y no hay mayor grandeza que poder recordar de dónde vienes y quien eres, y vaya a donde vaya me propongo no olvidarlo y recurrir siempre al lugar que me vio nacer, a los brazos que me acunaron y a los oídos que me enseñaron a escuchar la vida. Es tan acogedor mi núcleo que me cuesta aceptar que en menos de un mes salgo de este roído cascarón, que tendré que aprender a arroparme entre noche y a despertarme por mí misma. Será tan difícil no ver sus caras cada día que el cariño se irá acumulando noche tras noche esperando que llegue de nuevo el momento de volverlos a ver. La unidad no se rompe, se fortalece, se amplía, crece. Y yo tengo que crecer, ha llegado la hora de asumir riesgos, de soñar, de respirar aire nuevo. Cumplir 18 años supone alcanzar la mayoría de edad pero mi madurez ni siquiera ha comenzado a escalar la montaña. Cuando sea capaz de tener confianza en mí misma habré llegado a la cima y prometo esforzarme para cultivar esa actitud. Una vez más dejo escrito un “gracias” a todos aquellos para los que siempre seré “su niña”, a los que me han demostrado que las ganas de vivir están por encima de cualquier dolor y los que han conseguido que estudiar medicina ya no sea una simple meta sino una renovada y actual vocación. Prometo aprender de todas las experiencias, prometo robar una caricia de cada ser querido que me haya aportado algo en la vida. Hasta aquí puedo sentirme realizada, querida y protegida. A partir de aquí me toca poner en práctica todos los conocimientos adquiridos por personas que directa o indirectamente me han proporcionado. Pido por último tener presente hasta el último recuerdo desde el primer día que vi la luz. Hasta siempre mi querida infancia. Bienvenida mayoría de edad.

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