Hoy pongo punto y final a esta primera etapa de mi vida, me
duele tener que despedirme porque jamás nos volveremos a cruzar. Cuantas veces
quise que llegara este día, cuantas noches soñé con hacerme mayor; sin embargo
ahora no me veo con las suficientes ganas. Tras de mí dejo mi añorada infancia,
mi vergonzosa pubertad y estos dos últimos años en los cuales he orientado mi
vida de una manera a veces eficaz, a veces torpemente. Ante mí se muestra un
nuevo camino, un nuevo capítulo que tengo la tarea de escribir a mi manera.
Desde mis primeros latidos he sentido el abrigo de los míos y sé que les debo
la vida y que me han enseñado a vivir prácticamente, pero hay una cosa que he
aprendido y que les agradezco por encima de cualquier cosa: ellos me han sabido
querer y gracias a ellos yo he aprendido a querer de verdad. Eso, eso solo lo
saben hacer los mejores y te das verdaderamente cuenta cuando sientes que los
sentimientos pueden romper barreras y que lo más bonito que me ha podido pasar
en la vida ha sido estar rodeada de los míos, ha sido poder llamarlos
“familia”. Sin todo esto no sería quien soy, eso está claro. Me enseñaron a
andar firme, pisando fuerte y segura de mí misma. Quizás por eso también debo
acusarles un poco de mi carácter frío e independiente. Sin embargo me criaron
con dulzura y paciencia y ahí está la verdadera esencia que escondo tan
profundamente, mi sencillez, mi transparencia, mi inseguridad y mi “yo
sensible”. Normalmente soy una mezcla de esta receta tan heterogénea que con
tanto cuidado se ha ido moldeando. Aunque hay veces que el equilibrio se
desplaza hacia uno de los lados de la balanza y es entonces cuando me dejó
llevar por los extremos. Pido perdón a todo aquel que me haya visto enfadada,
triste, llorando. Y doy las gracias al que aun sabiendo cómo estaba se ha
dignado a preguntar y reconfortarme siempre con la verdad por delante. Así poco
a poco he ido construyéndome, con mis manías, con mis defectos, con mis escasas
pero preciadas virtudes. Y no hay mayor grandeza que poder recordar de dónde
vienes y quien eres, y vaya a donde vaya me propongo no olvidarlo y recurrir
siempre al lugar que me vio nacer, a los brazos que me acunaron y a los oídos
que me enseñaron a escuchar la vida. Es tan acogedor mi núcleo que me cuesta
aceptar que en menos de un mes salgo de este roído cascarón, que tendré que
aprender a arroparme entre noche y a despertarme por mí misma. Será tan difícil
no ver sus caras cada día que el cariño se irá acumulando noche tras noche
esperando que llegue de nuevo el momento de volverlos a ver. La unidad no se
rompe, se fortalece, se amplía, crece. Y yo tengo que crecer, ha llegado la
hora de asumir riesgos, de soñar, de respirar aire nuevo. Cumplir 18 años
supone alcanzar la mayoría de edad pero mi madurez ni siquiera ha comenzado a
escalar la montaña. Cuando sea capaz de tener confianza en mí misma habré
llegado a la cima y prometo esforzarme para cultivar esa actitud. Una vez más
dejo escrito un “gracias” a todos aquellos para los que siempre seré “su niña”,
a los que me han demostrado que las ganas de vivir están por encima de
cualquier dolor y los que han conseguido que estudiar medicina ya no sea una
simple meta sino una renovada y actual vocación. Prometo aprender de todas las
experiencias, prometo robar una caricia de cada ser querido que me haya
aportado algo en la vida. Hasta aquí puedo sentirme realizada, querida y
protegida. A partir de aquí me toca poner en práctica todos los conocimientos adquiridos
por personas que directa o indirectamente me han proporcionado. Pido por último
tener presente hasta el último recuerdo desde el primer día que vi la luz.
Hasta siempre mi querida infancia. Bienvenida mayoría de edad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario